miércoles, 19 de septiembre de 2012


Nostalgia de futuro

ANA MORENO SORIANO

Desde que la crisis del capitalismo se instaló entre nosotros con su rostro más feroz, oigo con frecuencia a muchas personas recordar con nostalgia el pasado inmediato con el deseo, más o menos explícito, de que pase este vendaval cuanto antes y volvamos a lo que éramos en los años ochenta y noventa. Desde distintas posiciones, se invoca el humanismo, se denuncia la crisis de valores y se intenta conjurar el peligro de sacrificar vidas y haciendas en aras del mercado, el verdadero dios del siglo XXI ante el cual los gobiernos democráticos sólo son sacerdotes y monaguillos. Parece que cualquier tiempo pasado fue mejor y que lo mejor ya no está por venir, como proclamamos en tiempos de bonanza económica. La crisis del capitalismo provoca sufrimiento e inseguridad ante el futuro, agravada por las noticias con las que nos desayunamos cada día y por los mensajes que inundan internet: así se sienten quienes están sin empleo y quienes pueden perder el empleo; quienes cobran menos que hace un año y tienen más personas a su cargo; quienes tienen una prestación por desempleo de miseria y quienes no tienen ninguna; los pensionistas ante el temor de que disminuya su pensión ahora que, encima, tienen que hacer frente a una parte de los medicamentos, y los estudiantes, y los jóvenes sin trabajo, y las mujeres que tienen que coser con sus cuidados todos los rotos de la privatización de los servicios públicos.

Además de sufrimiento e inseguridad, hay un sentimiento generalizado de frustración e irritación y los responsables de la crisis han encontrado una forma de encauzarlo y están extendiendo como una mancha de aceite una idea perversa: los culpables de esta situación son los políticos que ocupan puestos inútiles y cobran sueldos abusivos; hacen falta buenos gestores y menos administración pública; el estado de las autonomías es un lujo que no podemos permitirnos y para ahorrar dinero, los representantes públicos deben ser los ricos que no necesitan trabajar ni cobrar un salario por su dedicación a esa tarea tan antigua de la democracia, que ya daba que hablar en la antigua Grecia. Y las mismas personas que recuerdan con nostalgia el pasado, han debido olvidar que la Constitución Española que votaron habla de los partidos políticos como los pilares de la democracia y que el estado de las autonomías fue un avance político muy significativo que dejaba atrás el estado centralista del franquismo. ¿Qué pasado recuerdan entonces? ¿Quizás las palabras de Felipe González, cuando decía que el crecimiento económico es el socialismo? ¿Quizás la época del desencanto cuando, según Joaquín Sabina, muchos cambiaron la imaginación al poder por un catorce por ciento? ¿Echan de menos la época de la burbuja inmobiliaria y de la especulación urbanística, del dinero fácil y del éxito por efímero que fuera? Pues bien, ese pasado que a algunos les suscita un sentimiento de nostalgia era otra expresión del mismo sistema capitalista, sólo que entonces dejaba participar un poco del banquete a cambio de hacer creer que el pensamiento único es el único posible. Desde los años ochenta, el neoliberalismo ha ido ganando posiciones de forma inexorable y tienen razón los dueños del dinero cuando dicen que la lucha de clases existe y que la van ganando ellos. En la última década, las sucesivas vueltas de tuerca apenas nos dejan respirar pero, otra vez Sabina, la peor nostalgia es añorar lo que no sucedió nunca y los últimos años del siglo XX no fueron precisamente un modelo de humanismo, de compromiso y de solidaridad. Yo, por lo tanto, voy a expresar mi nostalgia no hacia el pasado sino hacia el futuro, hacia algo que está por construir y que para mí sólo puede ser la superación del sistema capitalista, y para eso es muy necesaria la participación en la cosa pública, las ideas, la información, la movilización. Para ello es necesario que muchas personas den lo mejor de sí mismas y hagan política en su vida cotidiana para que la política no la hagan los poderosos, encantados de ver cómo nos dividimos los de abajo mientras ellos cuentan sus beneficios.