martes, 11 de diciembre de 2012


El universo curvo de Oscar Niemeyer
ANA MORENO SORIANO

El miércoles pasado murió en Río de Janeiro uno de los artistas más geniales de todos los tiempos, el arquitecto Oscar Niemeyer que había nacido en esa misma ciudad el quince de diciembre de mil novecientos siete y, en su larga y fecunda vida, había revolucionado la arquitectura uniendo a las ideas de libertad y de luz de Le Courbusier el universo curvo de Albert Einstein. Desde muy joven se mostró insatisfecho con los modelos arquitectónicos que existían en su ciudad y empezó a plantearse formas nuevas, pero no sólo fue un joven artista visionario sino también un hombre comprometido con su tierra y con sus gentes: se afilió al Partido Comunista de Brasil en el año mil novecientos cuarenta y cinco y renunció, junto con otros profesores, a su trabajo en la Universidad de Brasilia en protesta por la política universitaria durante la dictadura militar. Ya era un arquitecto reconocido en todo el mundo que, en el año mil novecientos sesenta y tres había recibido el Premio Lenin de la Paz y había sido nombrado miembro honorario del Instituto Americano de Arquitectos de los Estados Unidos, pero era también un comunista entusiasta, amigo de la revolución cubana y de Fidel Castro, que no quiso vivir en el Brasil que siguió al golpe de estado, en mil novecientos sesenta y cuatro.
Se exilió de su país y dejó atrás la ciudad de Brasilia –la Catedral, el Congreso Nacional, el Palacio de Itamaraty-, que había creado trabajando mano a mano con el urbanista Lucio Costa, la Facultad de Arquitectura, la Casa Niemeyer… y se instaló en París, para iniciar una nueva etapa en su vida y en su obra. Desde su estudio en los Campos Elíseos, trabajaba en proyectos para todo el mundo: la sede de la Editorial Mondadori en Milán, el centro residencial de estudiantes en Oxford, el casino de Funchal en Portugal, la Universidad de Constantina y la mezquita de Argel… y, en la ciudad de París, dejó importantes muestras de su talento, una de ellas es la sede del Partido Comunista Francés, en la plaza Colonel Fabien, un edificio majestuoso de hormigón, de color blanco y formas onduladas, combinado con una gran fachada acristalada enmarcada por aluminio y acero.
Volvió a Brasil a final de los años ochenta y siguió trabajando en distintas obras y cultivando sus ideas, diseñando y supervisando los proyectos que llegaban a su estudio de Copacabana, participando en la vida política y cultural del país, cultivando la amistad con sus amigos de todo el mundo y ejerciendo su magisterio sobre varias generaciones de arquitectos. En el año dos mil seis, dedicó al pueblo cubano y a su heroica lucha contra el capitalismo la Plaza Niemeyer en La Habana, un espacio de hormigón gris en forma de elipse en la que destacan los tubos de acero pintados de rojo.
Oscar Niemeyer recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año mil novecientos ochenta y nueve y, en el año dos mil siete, donó a España uno de sus mayores proyectos, el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer, un espacio para la educación, la cultura y la paz, según palabras del propio autor, que se encuentra en la ciudad de Avilés, en el Principado de Asturias, y que fue inaugurado en el año dos mil once.
Representó la alternativa a los ángulos y a las líneas rectas, duras e inflexibles, y se inspiró en la naturaleza, en las montañas y ríos de su país, en las olas del mar y en el cuerpo humano para crear una arquitectura de elipses, cúpulas y todo tipo de formas redondeadas que le merecieron el apelativo de “poeta de las curvas”, pero él no quería cambiar sólo la arquitectura: quería cambiar el mundo y por eso se mantuvo fiel a su compromiso político y social hasta el fin de su vida y creía en la revolución, porque cuando la vida se degrada y la esperanza huye del corazón de los hombres, es el camino a seguir. El joven arquitecto que un día imaginó nuevas formas y colores en la arquitectura ha muerto como el artista universal y el revolucionario que encontró en las curvas y en sus ideas comunistas el camino para transformar el mundo, que no es una línea recta. Quizás simplemente hizo algo que recomendaba desde las páginas de un diario portugués: “Las personas tienen que soñar; si no, las cosas simplemente no suceden”.