El universo curvo de Oscar Niemeyer
ANA
MORENO SORIANO
El
miércoles pasado murió en Río de Janeiro uno de los artistas más geniales de
todos los tiempos, el arquitecto Oscar Niemeyer que había nacido en esa misma
ciudad el quince de diciembre de mil novecientos siete y, en su larga y fecunda
vida, había revolucionado la arquitectura uniendo a las ideas de libertad y de
luz de Le Courbusier el universo curvo de Albert Einstein. Desde muy joven se
mostró insatisfecho con los modelos arquitectónicos que existían en su ciudad y
empezó a plantearse formas nuevas, pero no sólo fue un joven artista visionario
sino también un hombre comprometido con su tierra y con sus gentes: se afilió
al Partido Comunista de Brasil en el año mil novecientos cuarenta y cinco y renunció,
junto con otros profesores, a su trabajo en la Universidad de Brasilia en
protesta por la política universitaria durante la dictadura militar. Ya era un
arquitecto reconocido en todo el mundo que, en el año mil novecientos sesenta y
tres había recibido el Premio Lenin de la Paz y había sido nombrado miembro
honorario del Instituto Americano de Arquitectos de los Estados Unidos, pero
era también un comunista entusiasta, amigo de la revolución cubana y de Fidel
Castro, que no quiso vivir en el Brasil que siguió al golpe de estado, en mil
novecientos sesenta y cuatro.
Se
exilió de su país y dejó atrás la ciudad de Brasilia –la Catedral, el Congreso
Nacional, el Palacio de Itamaraty-, que había creado trabajando mano a mano con
el urbanista Lucio Costa, la Facultad de Arquitectura, la Casa Niemeyer… y se
instaló en París, para iniciar una nueva etapa en su vida y en su obra. Desde
su estudio en los Campos Elíseos, trabajaba en proyectos para todo el mundo: la
sede de la Editorial Mondadori en Milán, el centro residencial de estudiantes
en Oxford, el casino de Funchal en Portugal, la Universidad de Constantina y la
mezquita de Argel… y, en la ciudad de París, dejó importantes muestras de su
talento, una de ellas es la sede del Partido Comunista Francés, en la plaza
Colonel Fabien, un edificio majestuoso de hormigón, de color blanco y formas
onduladas, combinado con una gran fachada acristalada enmarcada por aluminio y
acero.
Volvió
a Brasil a final de los años ochenta y siguió trabajando en distintas obras y
cultivando sus ideas, diseñando y supervisando los proyectos que llegaban a su
estudio de Copacabana, participando en la vida política y cultural del país,
cultivando la amistad con sus amigos de todo el mundo y ejerciendo su
magisterio sobre varias generaciones de arquitectos. En el año dos mil seis,
dedicó al pueblo cubano y a su heroica lucha contra el capitalismo la Plaza
Niemeyer en La Habana, un espacio de hormigón gris en forma de elipse en la que
destacan los tubos de acero pintados de rojo.
Oscar
Niemeyer recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año mil
novecientos ochenta y nueve y, en el año dos mil siete, donó a España uno de
sus mayores proyectos, el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer, un
espacio para la educación, la cultura y la paz, según palabras del propio
autor, que se encuentra en la ciudad de Avilés, en el Principado de Asturias, y
que fue inaugurado en el año dos mil once.
Representó
la alternativa a los ángulos y a las líneas rectas, duras e inflexibles, y se
inspiró en la naturaleza, en las montañas y ríos de su país, en las olas del
mar y en el cuerpo humano para crear una arquitectura de elipses, cúpulas y
todo tipo de formas redondeadas que le merecieron el apelativo de “poeta de las
curvas”, pero él no quería cambiar sólo la arquitectura: quería cambiar el
mundo y por eso se mantuvo fiel a su compromiso político y social hasta el fin
de su vida y creía en la revolución, porque cuando la vida se degrada y la
esperanza huye del corazón de los hombres, es el camino a seguir. El joven
arquitecto que un día imaginó nuevas formas y colores en la arquitectura ha
muerto como el artista universal y el revolucionario que encontró en las curvas
y en sus ideas comunistas el camino para transformar el mundo, que no es una
línea recta. Quizás simplemente hizo algo que recomendaba desde las páginas de
un diario portugués: “Las personas tienen que soñar; si no, las cosas
simplemente no suceden”.