sábado, 1 de junio de 2013

Las cifras de la vergüenza
En poco más de una semana cinco mujeres de diferentes edades y en distintas provincias españolas han sido asesinadas por sus parejas o exparejas y tres, han sido heridas por sus maltratadores –otra vez sus parejas o exparejas-. En lo que va de año han sido asesinadas 27 mujeres en nuestro país.
La violencia que se ejerce hacia las mujeres es la manifestación mayor y más cruel de la desigualdad entre hombres y mujeres. No distingue  edad, clase, etnia, religión, nivel de estudios, nacionalidad… Quienes la ejercen, los maltratadores,  sólo ven a alguien inferior a alguien que no es su igual, que es una más de sus pertenencias. Ven a “su mujer”. Y, tampoco el perfil del maltratador sabe de edad, clase, etnia, religión, nivel de estudios, nacionalidad…
Es cierto que hemos avanzado mucho en igualdad. La II República convirtió a las mujeres en ciudadanas pero la dictadura franquista acabó de un plumazo con los derechos conquistados y las regresó al hogar, al cuidado de la familia. No tenían ningún derecho dependían primero de su padre o hermanos varones y, después, de sus maridos. En los 30 años de democracia hemos ido avanzando muy lentamente, pero era tan poco lo que teníamos que hay que reconocer que ha sido un avance considerable, hemos recuperado los derechos y somos iguales ante la ley. Las leyes de medidas de protección integral contra la violencia de género, aprobadas una en 2004 y la otra, en Andalucía en 2007, han sido una conquista pero no suficiente para acabar con la violencia. Cuentan con pocos recursos, cada vez menos, y se han quedado cortas en muchos sentidos. Porque también es violencia de género la prostitución, el abuso, el acoso, la violación, los matrimonios con menores, obligar a las mujeres a vestir de una determinada manera, obligarlas a ser madres, a no ser. La violencia contra las mujeres está también en las actitudes y los comportamientos machistas, en el lenguaje… Es estructural y tiene su origen en el patriarcado, un sistema social injusto basado en la justificación de la superioridad de los hombres sobre las mujeres que se ha ido adaptando a lo largo de los siglos desde la antigüedad, convivió con el esclavismo, acompañó al feudalismo y se encuentra perfectamente integrado en el capitalismo. Es más, forman una pareja inseparable porque el capitalismo es un sistema depredador, tremendamente injusto e insolidario que fomenta el individualismo y que se ensaña con los sectores más débiles de la sociedad.
No vamos a eliminar la lacra y la vergüenza social que es la violencia de género  por muchas declaraciones de buena intención y de condena que hagan los responsables políticos de turno. No basta con definir a los asesinos con insultos como “hijoputa” –por cierto, un insulto tremendamente machista como la mayoría-. Y, luego, aprobar reformas (laboral, ley IVE, educativa, pensiones) de todo tipo y recortes en los servicios públicos como la educación, la sanidad, la dependencia… Tampoco basta con gobiernos paritarios y con ministras de Hacienda  o de Defensa, si luego esos avances no redundan en beneficio de las que no están en el gobierno, en los ministerios o en las direcciones de empresas. La política destinada a eliminar la discriminación de las mujeres que son más del cincuenta por ciento de la población no puede estar tutelada por opiniones de sectores religiosos o de sectores conservadores minoritarios, ni eliminar el derecho de las mujeres a decidir sobre su vida y sobre su cuerpo. Ni puede alimentarse solo de medidas llamativas que, aunque son necesarias, no favorecen a la mayoría.
La eliminación de la violencia pasa por más recursos para la educación en igualdad, no sosteniendo con dinero público colegios que segregan a su alumnado en función de su sexo y eligen a los mejores y a los que tienen más posibilidades económicas. Para eliminar la violencia de nuestra sociedad las acciones de los gobiernos deben ir encaminadas a dotar de recursos y de protección a las víctimas, de medidas para igualar los salarios y las oportunidades laborales para que las mujeres tengan independencia económica. Es decir, de presupuestos a todos los niveles con perspectiva de género. Y, por supuesto, la igualdad y la eliminación de la violencia de género tienen que ser una prioridad real para los gobiernos municipales, autonómicos y central, si no es así continuarán dándose golpes de pecho, condenando los asesinatos y preguntándose ¿por qué?

Mayo, 2013

Selina Robles.
Secretaria de Mujer del Partido Comunista de Andalucía y
Secretaria Provincial de Mujer del PCA de Jaén