Las cifras de la
vergüenza
En
poco más de una semana cinco mujeres de diferentes edades y en distintas
provincias españolas han sido asesinadas por sus parejas o exparejas y tres, han
sido heridas por sus maltratadores –otra vez sus parejas o exparejas-. En lo
que va de año han sido asesinadas 27 mujeres en nuestro país.
La violencia que se ejerce hacia las mujeres es la manifestación mayor y más cruel de
la desigualdad entre hombres y mujeres. No distingue edad, clase, etnia, religión, nivel de
estudios, nacionalidad… Quienes la ejercen, los maltratadores, sólo ven a alguien inferior a alguien que no
es su igual, que es una más de sus pertenencias. Ven a “su mujer”. Y, tampoco
el perfil del maltratador sabe de edad, clase, etnia, religión, nivel de estudios,
nacionalidad…
Es cierto que hemos avanzado mucho en igualdad. La II República
convirtió a las mujeres en ciudadanas pero la dictadura franquista acabó de un
plumazo con los derechos conquistados y las regresó al hogar, al cuidado de la
familia. No tenían ningún derecho dependían primero de su padre o hermanos
varones y, después, de sus maridos. En los 30 años de democracia hemos ido
avanzando muy lentamente, pero era tan poco lo que teníamos que hay que
reconocer que ha sido un avance considerable, hemos recuperado los derechos y
somos iguales ante la ley. Las leyes de
medidas de protección integral contra la violencia de género,
aprobadas una en 2004 y la otra, en Andalucía en 2007, han sido una conquista pero
no suficiente para acabar con la violencia. Cuentan con pocos recursos, cada
vez menos, y se han quedado cortas en muchos sentidos. Porque también es
violencia de género la prostitución, el abuso, el acoso, la violación, los
matrimonios con menores, obligar a las mujeres a vestir de una determinada
manera, obligarlas a ser madres, a no ser. La violencia contra las mujeres está
también en las actitudes y los comportamientos machistas, en el lenguaje… Es
estructural y tiene su origen en el patriarcado, un sistema social injusto
basado en la justificación de la superioridad de los hombres sobre las mujeres
que se ha ido adaptando a lo largo de los siglos desde la antigüedad, convivió
con el esclavismo, acompañó al feudalismo y se encuentra perfectamente
integrado en el capitalismo. Es más, forman una pareja inseparable porque el
capitalismo es un sistema depredador, tremendamente injusto e insolidario que
fomenta el individualismo y que se ensaña con los sectores más débiles de la
sociedad.
No vamos a eliminar la lacra y la vergüenza social
que es la violencia de género por muchas
declaraciones de buena intención y de condena que hagan los responsables
políticos de turno. No basta con definir a los asesinos con insultos como “hijoputa” –por cierto, un insulto
tremendamente machista como la mayoría-. Y, luego, aprobar reformas (laboral,
ley IVE, educativa, pensiones) de todo tipo y recortes en los servicios
públicos como la educación, la sanidad, la dependencia… Tampoco basta con
gobiernos paritarios y con ministras de Hacienda o de Defensa, si luego esos avances no
redundan en beneficio de las que no están en el gobierno, en los ministerios o
en las direcciones de empresas. La política destinada a eliminar la
discriminación de las mujeres que son más del cincuenta por ciento de la
población no puede
estar tutelada por opiniones de sectores religiosos o de sectores conservadores
minoritarios, ni eliminar el derecho de las mujeres a decidir sobre su vida y
sobre su cuerpo. Ni puede alimentarse solo de medidas llamativas que, aunque
son necesarias, no favorecen a la mayoría.
La
eliminación de la violencia pasa por más recursos para la educación en igualdad,
no sosteniendo con dinero público colegios que segregan a su alumnado en
función de su sexo y eligen a los mejores y a los que tienen más posibilidades
económicas. Para eliminar la violencia de nuestra sociedad las acciones de los
gobiernos deben ir encaminadas a dotar de recursos y de protección a las
víctimas, de medidas para igualar los salarios y las oportunidades laborales
para que las mujeres tengan independencia económica. Es decir, de presupuestos
a todos los niveles con perspectiva de género. Y, por supuesto, la igualdad y
la eliminación de la violencia de género tienen que ser una prioridad real para
los gobiernos municipales, autonómicos y central, si no es así continuarán
dándose golpes de pecho, condenando los asesinatos y preguntándose ¿por qué?
Mayo, 2013
Selina
Robles.
Secretaria
de Mujer del Partido Comunista de Andalucía y
Secretaria
Provincial de Mujer del PCA de Jaén