Si
acudimos al origen latino de las palabras “pobre” y “austero”, veremos que la
primera significa no tener cosas, mientras que la segunda se refiere a una
actitud moral que tiene que ver menos con la carencia que con la moderación y
la sensatez; por lo tanto, podríamos decir que ser pobres es un estado y ser
austeros, una actitud. Por poco que entendamos de etimología, sabemos la carga
semántica de la palabra “pobre” y de su antónimo, la palabra “rico” no menos
cargada de significado: son dos palabras que expresan una contradicción. Si no
fuera así, podríamos decir, como el genial Cantinflas, “no me molesta que haya
ricos; lo que me molesta es que haya pobres”, pero resulta que los pobres son
los empobrecidos, los desposeídos, los que sufren –personas o territorios- el
expolio de los que son ricos y cada vez quieren ser más ricos, es decir, que
existen unos como consecuencia de que existen otros.
Será
por eso por lo que el poder, desde que estalló la crisis del sistema
capitalista, no habla de pobreza y ha empezado a hablar de austeridad y a
nombrar con esta palabra los recortes en el gasto público, las pensiones de
miseria y los salarios que no llegan a final de mes. Somos más pobres; muchos,
muy pobres, pero estamos practicando la austeridad… Y hablan de austeridad sin
sonrojo quienes gozan de buenos sueldos y mejores jubilaciones; quienes no
sufren por la beca de sus hijos ni hacen cuentas para comprar los medicamentos;
quienes tienen resuelto el problema de la vivienda y saben que para ellos
siempre habrá reservado un puesto de trabajo bien remunerado; quienes gastan,
en una tarde, los seiscientos o los cuatrocientos euros que a muchas personas
se les escatima para pasar un mes. Debe ser que la austeridad es una virtud
para los pobres y tienen que practicarla, aunque sea a palos… Pero la ideología
dominante tiene tal capacidad de convicción que muchas personas se sienten
responsables de la crisis porque consideran que lo que son derechos y bienes de
uso –una casa, un coche, unas vacaciones, unos estudios para sus hijos…- son
privilegios que alguien les ha otorgado en algún momento y que ya se acabó la
fiesta. Algunos entonan el “mea culpa” y otros señalan a los vecinos o amigos
que, según ellos, han vivido por encima de sus posibilidades, porque siempre es
más fácil cargar contra quien está cerca y dejar a los verdaderos responsables
haciendo y deshaciendo a su antojo. Olvidan que el afán consumista es una de
las características del sistema y que en cada mensaje trata de inocular la
imagen del triunfador asociada a tener más que a ser; todo lo contrario de lo
que significa austeridad que es vivir con sobriedad y mesura, aunque no en la
pobreza en la que malviven millones de personas en nuestro país.
La
sobriedad y la mesura están en adoptar una actitud crítica y responsable ante
los bienes que necesitamos para vivir: una nutrición adecuada, sin tirar comida
y aprovechando los productos de temporada y los más cercanos; un decoro en el
vestir que no necesita un montón de trajes, por muchos reclamos que haya en los
escaparates; usar los servicios públicos con respeto y con conciencia de que
son patrimonio de todos; defender y cuidar los espacios comunes; tratar de que
quienes vengan detrás de nosotros no comparen nuestra huella ecológica con la
que dejaba Atila después de una batalla, según nos enseñaba la Enciclopedia Álvarez
y, por lo tanto, no despilfarrar el agua ni contaminar el aire, ni contribuir
al calentamiento de nuestro planeta… Pero todo esto no es ser pobres sino ser
personas educadas, civilizadas, con conciencia ecológica, con más libertad para
prescindir de algunas cosas y para elegir tener menos y ser más.
La
palabra austeridad, intoxicada por el poder como tantas otras que diría el
maestro Vicente Romano, sirve al sistema para enmascarar la explotación. Y no
queremos que nos engañen, porque la austeridad es un valor; lo terrible es la
pobreza, como consecuencia de la voracidad capitalista que priva a una gran
mayoría de lo necesario, para que unos pocos sean cada vez más ricos. ANA MORENO SORIANO
Este artículo se publicó en el Diario Ideal el pasado domingo; lo incluímos en este blog por su candente actualidad.